El último párrafo de la
“Plegaria Eucarística” es igual en todas las fórmulas. Bien merece una
consideración especial porque es como el clímax de la Celebración. Es la “Doxología”.
La palabra “doxología” significa “glorificación”.
La de la Plegaria Eucarística no es la única de la misa, pero sí la más
importante. El Himno “Gloria a Dios en el cielo” es la doxología más extensa,
pero no se dice en todas las Misas, sino en las fiestas más importantes y en los domingos,
fuera de Cuaresma y Adviento. Cuando la Iglesia reza con
los Salmos, los termina también con una aclamación doxológica: “Gloria al
Padre, al Hijo y al Espíritu Santo”.
La Plegaria Eucarística está siempre
dirigida a Dios Padre, como ya lo hemos visto. Es a Él a quien damos gracias,
porque de Él proceden todos los “dones” que hemos recibido. Y Él nos ha dado a
su Hijo, que se entregó por nosotros en el sacrificio que rememoramos en toda
Eucaristía. Y ambos nos dan su Espíritu Santo, Espíritu de amor que nos
santifica y nos hace entrar en la unidad “Trinitaria”.
Este es el misterio que celebramos y
que recordamos al final de la Plegaria Eucarística, cuando el celebrante,
levantando la patena con la hostia y el cáliz, dice en nombre de todos: “Por Cristo, con Él y en
Él, a ti, Dios Padre Omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y
toda gloria, por los siglos de los siglos”.
El gesto que se realiza en la
“doxología” nos evoca el gesto de ofrecimiento de las víctimas en el Antiguo Testamento
(Cfr. Ex 29, 26; Lev 7, 30 ss). Es una elevación que no está destinada a
mostrar las “especies consagradas” a la Asamblea, sino a presentar la víctima,
Cristo, ante el Padre. Cuando asiste un diácono, el celebrante eleva la patena
con el Cuerpo del Señor y el diácono eleva el cáliz; si no lo hay, el cáliz lo
eleva el primero de los Presbíteros concelebrantes.
Como Cristo es uno solo, sólo se eleva
una patena y un cáliz (ya hemos visto que lo ideal sería que en cada Misa
hubiera una sola bandeja con pan y un solo cáliz) y como el gesto está dirigido
hacia Dios, no hay que poner la hostia en forma vertical sobre la patena, ni
mucho menos sobre el cáliz (algunos lo hace, tal vez como resabio del
complicado gesto que se hacía antes de 1964, época pre-conciliar), porque no se
trata de mostrarla al pueblo.
La patena y el cáliz se mantienen
elevados mientras se reza o se cantan las palabras de la “doxología” y hasta que la Asamblea termina de aclamar
o de cantar el “Amén” que cierra la Plegaria Eucarística.
LAS PALABRAS:
Más arriba, al mencionar las palabras
de la “doxología”, en negrita, he puesto las preposiciones subrayadas. Vale la
pena meditar esta fórmula, porque además de darnos una clave respecto de la
Liturgia, constituyen una especie de programa de “espiritualidad trinitaria”
En primer lugar, la Liturgia misma es
una obra de alabanza al Padre. Y a Él tenemos acceso por Cristo, con Cristo y
en Cristo, porque Cristo es el único mediador. Y esto ocurre además “en la
unidad del Espíritu Santo”. Esta última frase es ambivalente, porque puede
significar dos cosas: Que el Padre y Cristo son uno “en la unidad del Espíritu
Santo”. Y también, que nuestra alabanza al Padre, por Cristo, está hecha “ en
la unidad del Espíritu Santo”, es decir, en la Iglesia.-Una. Ambos sentidos son
válidos y no parece necesario optar por uno de ellos en la Liturgia, sino vivir
ambos.
Además, en esta fórmula podemos
encontrar un programa de espiritualidad trinitaria. Algo que muchas veces nos
cuesta comprender y vivir. Venimos del
Padre y vamos al Padre, y esto por
Cristo (Él es Alfa y Omega... todo fue creado por Él y para Él), con Cristo (Él nos llama a seguirlo, a
ser sus discípulos) y en Cristo (Él
es la Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia). Y quien
nos une en Cristo, quien nos hace entrar en la unidad trinitaria, en el
amor de Dios, es el Espíritu Santo.
En todo este programa podemos meditar
al unirnos de corazón a esta glorificación de la Santísima Trinidad con nuestro
“Amén”. Expresión bíblica imposible
de traducir, característica de nuestra participación en la Misa, proclamación
de nuestra Fe y ratificación de la oración que se acaba de pronunciar. Si el
“Amén” es la más importante de las aclamaciones y de las respuestas de origen
bíblico, el que termina la Plegaria Eucarística es el más importante de toda la Liturgia. Ojalá nos salga de
corazón.
José Manuel Arenas (S.J.)